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Alexandros recuerda a su hermano Jorge Dzazópulos Elgueta

En las primeras horas del 8 de septiembre de 1973, falleció el Voluntario Jorge Dzazópulos Elgueta, después de sufrir un trágico accidente en la Sala de Máquinas de la Segunda Compañía. Se convertía en el Cuarto Mártir del Cuerpo de Bomberos de Ñuñoa y de su Compañía, de la que honraba con su vida el lema “La Vida por la Humanidad”.

Unos años después, en un gesto enaltecedor, lleno de amor y compromiso, ingresó a la Segunda Compañía su padre, don Nicolás Dzazópulos, contraviniendo hermosamente el destino de la vida: era un padre siguiendo los pasos del hijo.

Y luego, tiempo después, con decisión bomberil y sumándose a una digna tradición familiar, entró a formar filas segundinas el hermano de Jorge, Alexandros Dzazópulos.

De esa manera, la figura del Mártir, del joven bombero, ya no era sólo de recuerdo y reconocimiento, sino de ejemplo, y su padre y su hermano pasaron a la vida bomberil en la Compañía donde había comenzado la historia de los Dzazópulos.

Este 8 de septiembre de 2020 se cumple otro aniversario luctuoso de la muerte de Jorge Dzazópulos, oportunidad para conversar con su hermano Alexandros, convertido desde 2017 en Voluntario Honorario, quien cuenta episodios y anécdotas de su hermano menor, y las motivaciones para llegar a convertirse en Bombero Voluntario en diciembre de 1972.

Vol. Hon Alexandros Dzazópulos

¿Alexandros, recuerda por qué y cómo quiso ser bombero Jorge Dzazópulos y por qué en la Segunda de Ñuñoa?

Desde su más tierna infancia, Jorge sintió que su futuro estaba en los bomberos. De pequeño vivíamos por esos años en la calle Unión Americana, a pocos metros estaba por aquel entonces el Cuartel de la 11ª, “Pompa Italia”, del Cuerpo de Bomberos de Santiago, y pese que sabía claramente que no teníamos ancestros itálicos, con el tiempo llegó a ser conocido por casi todos los voluntarios, algunas veces hacían ejercicios de infantería en la calle por la noche y me pedía que lo llevara a verlos. En más de una oportunidad lo llevé a las competencias de Santiago o al Ejercicio General en el entonces Parque Cousiño (actual Parque O’Higgins).

Algunos años después nos vinimos a vivir a Ñuñoa y fue una sorpresa esperada el día que nos dijo, cuando iba a cumplir 18 años, que iba a ingresar a una Bomba. ¿Por qué la Segunda? Porque tenía claro que era una Compañía con historia y que lo incentivaba tal vez al conocer que era la única que ya tenía tres mártires.

¿A la fecha de su muerte, Jorge estudiaba, a qué se dedicaba? ¿Qué nos podría contar del carácter, de los hábitos, de Jorge?

Desde niño siempre fue un muy buen estudiante, es así como ingresó a la Universidad de Chile para estudiar Ingeniería, en la que ya cursaba el segundo año cuando se produjo el accidente.

Amante de los riesgos, participaba en carreras de Go-Kart, por un team que estaba ubicado en un taller Citröen en Irarrázaval, cerca de Manuel Montt. Vivía feliz el riesgo de correr en vehículos rápidos y sin seguridad a ras del suelo, sufriendo incluso un accidente en una carrera en Melipilla. No le dijo nada a nadie, llegó a la casa y se acostó diciendo que estaba cansado, no obstante un rato después llegaron el dirigente del equipo con algunos pilotos para preguntar por su salud, con gran sorpresa y temor de mis padres.

¿Quiénes integraban la familia de Jorge?

Componían la familia en la casa sus padres y yo, nuestro hermano mayor se había casado hacía tiempo y no vivía con nosotros. Hasta la noche antes de casarme a los 25 año, compartimos dormitorio juntos (yo tenía nueve años más de edad) y fuimos amigos y confidentes pese a esa diferencia, lo que nos hacía llevarnos muy bien, haciéndome partícipe de sus sueños y anteriormente de sus juegos infantiles.

En numerosas oportunidades, como señalé, debí acompañarlo a competencias y ejercicios bomberiles, pero además a carreras de autos en Las Vizcachas y en algunas oportunidades lo llevé a competencias en Valparaíso, Limache y otras que eran frecuentes cuando existía el Turismo Carretera.

Para mis padres, siendo el hijo menor, siempre fue muy especial, permitiéndosele algunas libertades que eran impensadas a la edad de los hermanos mayores, como decir algunas groserías, lo cual nos hacía aún más cómplices. Aceptaba bromas pesadas o subidas de tono de mi parte y reía con estas pequeñas locuras, nunca lo vi enojado.

¿Qué decía él de ser bombero, segundino, de irse a la Guardia Nocturna?

Era tan grande y seria su determinación, que supo conquistar a nuestros padres, los cuales tomaron con resignación la decisión que se había impuesto, lo aceptaron pero con especial hincapié en las precauciones y cuidados que debía tener en sus obligaciones.

Como señalé antes, la Segunda Compañía lo atrajo por esa historia dolorosa que siempre les dijo a sus cofrades que iba a compartir, para que su nombre estuviera en esa piedra a la entrada del Cuartel en la avenida Antonio Varas.

A mi madre le preguntaba sonriendo: “¿Qué vas a hacer si me muero?” y luego le auguraba cómo iba a ser su funeral, con muchas Compañías rindiéndole honores y comentándole que en esas circunstancias nunca iba a ser olvidado; al contrario, las generaciones venideras lo recordarían…

¿Cómo recibieron la noticia de su accidente y de su muerte? Me imagino del impacto para su madre, su padre, los hermanos.

Recuerdo su partida como si solo hubiera sido el día de ayer.

El día 7 de septiembre estuvimos en la casa de mis padres en Ñuñoa para finiquitar algunos temas, ya que al día siguiente realizaríamos el bautizo de nuestra hija que sería apadrinada por Jorge en Maipú, donde vivíamos, adelantando en un día mi cumpleaños para celebrar ambos hechos. Después de algunas bromas que nunca le faltaban a Jorge, me despido y le digo “chao, nos vemos mañana” y él me respondió: “¿Te vas a ir así? Dame un beso”. Naturalmente me pareció extraña la actitud, pero nos besamos y nos vimos por última vez.

Antes de irse a la Guardia Nocturna, comentó mi madre, le pidió también algo extraño, le solicitó que le lavara el pelo porque quería verse bien…

Desde Maipú a Ñuñoa sentí largo el camino, sentado en el Carro de Rescate que por esos años existía en el Cuerpo y que era un furgón con una camilla. En mi dolor contemplaba esa camilla pensando en los últimos minutos de Jorge.

Al llegar a la casa de Dublé Almeyda, nos abrazamos con mi padre, y entre sollozos me decía: “Se nos fue Jorgito”. El amanecer del día 8 nos encontrábamos mis padres y mi hermano y yo sufriendo el dolor de una partida sin regreso, un espacio que ya nunca más iba a ser llenado.

Entiendo que después durante mucho tiempo los segundinos iban a su casa, a visitar a su madre, a su padre.

Durante un largo período no faltaron las visitas de segundinos en esa casa, muchachos que querían estar donde Jorge había vivido y tratar de llevar un abrazo a mi padre y un beso a mi madre, a la que le decían “mami”. Ya casi no queda nadie de aquellos que algún día siguieron con sus vidas. Solamente uno de ellos volvió muchos años después a ver a mi madre poco antes que ella partiera a reunirse con Jorge y con su marido, éste fue mi voluntario Waldo López.

Dentro del dolor, también tuve la honra de conocer a algunos visitantes de mis padres, supe quienes realmente eran con el transcurrir del tiempo, como por ejemplo Ricardo Seyler, Enrique Guerra, Víctor Celedón, pero sobre todo a don Manuel Oyanedel, quien pasaba largas horas narrando la historia de la Segunda y su vida en la Décima de Santiago.

Pasó un tiempo y vuestro padre ingresó a la Segunda. ¿Por qué? ¿Cómo fue eso? ¿Cómo lo tomaron en la familia?

Tiempo después de la trágica partida de Jorge, mis padres fueron invitados frecuentes a diversas actividades de la Compañía: Aniversarios, paseos, visita al hospital de niños, etc. Como mi madre siempre colaboraba con las actividades y preparación de comestibles en esas actividades junto a las damas colaboradoras, mi padre pasaba largas horas en el Cuartel conversando y recordando. Desconozco quién o quiénes lo incentivaron para ingresar, pero al tomar la decisión todos lo apoyamos. “Perdí un hijo, pero gané muchos más”, fue la frase que los más antiguos recuerdan al ingresar a su Compañía.

Luego usted ingresó a la Segunda. ¿Por qué?

Cuando mi padre ingresó, yo me puse de acuerdo con él que también lo haría, pero como mi residencia era en Maipú, una tarde cualquiera caminé las cuadras que me separaban del Cuartel más cercano (Tercera Compañía) y sin conocer a nadie, pedí hablar con algún oficial. Me recibió el Capitán de aquel entonces, Jorge Lawrence (Q.E.P.D.) y cuando le di mi nombre lo asoció inmediatamente con el Mártir al que habían acompañado para despedirlo en su viaje al Cuartel Celestial, abriendo inmediatamente las puertas del Cuartel para mí.

Muchos años después de haber estado lejos y haberme alejado de la lides bomberiles, recibí una invitación de una persona que me buscó debido al interés de conocer la familia de Jorge, no puedo dejar de nombrar a Maripa Campos. Estuve en mi primer Plato 2, luego una invitación a la Primera en su recuerdo de los difuntos, un Aniversario de Compañía, etc.

Por esas casualidades del destino, al fallecer mi madre, se produjo el cambio de residencia mía y llegué a La Reina. No habían cesado mis visitas a la Bomba, hasta que tomé la determinación de intentar estar en su interior como Voluntario, caminar por los lugares en que estuvo Jorge y mi padre Nicolás, saber cómo era la vida al interior del Cuartel que en tan poco tiempo había sido amado por ambos, hasta que tras larga espera, llegó el día 2 de julio de 2015, donde juré auspiciado por María Paz y por Eduardo Gálvez. No puedo dejar de nombrar a María Fernanda Seyler, la que también me quiso apadrinar pero que lamentablemente no figuró como ambos deseábamos.

¿Cómo vive cada vez que se recuerda el nombre de Jorge Dzazópulos Elgueta?

Jorge tiene para mí dos fases. Una, es el hermano regalón, sonriente, lleno de amigos, aventurero y osado dispuesto a todo para cumplir sus sueños, amante de su familia, que dejó sumida en la pena a su polola Marisol, de dieciséis años. La otra, es el bombero, que alcanzó a ser Voluntario tan poco tiempo luego de toda una vida soñando con lograrlo, pero que también cumplió su sueño de “no ser un bombero viejito lleno de medallas” como decía, sino ser un recuerdo y un ejemplo para los que vendrían después.

Escrito por Voluntario Hugo Guzmán.