Un día Lunes 1 de abril de 1963, 56 años atrás, partió al cuartel celestial nuestro tercer mártir, nuestro guardían nocturno, nuestro hermano, Luis Bernardín Orellana.
El día de hoy, coincidentemente lunes, conmemoramos la partida de quien diera nombre a nuestra Guardia Nocturna.
En la sesión de éste día, fueron dos voluntarios quienes marcaron la velada: por un lado, don Carlos Proust, quien compartiese con Luis hace más de medio siglo atrás. Don Carlos hizo entrega a nuestro director de la bandera chilena que perteneciera a Luis, que colgaba en la lampara de las dependencias de la Guardia e inspirara a Luis y a sus cofrades.
Ésta bandera será guardada junto con el resto de pertenencias de Luis, en la sala de sesión de la compañía.
Tras las palabras de don Carlos, habló el más joven de los guardianes, de los últimos voluntarios ingresar a las filas segundinas, el voluntario Joaquin Isla, quien nos emocionó con un discurso lleno de pasión y bravura.
Señor director de la compañía, señor capitán de la compañía, señores oficiales, voluntarios y voluntarias de la compañía tengan ustedes muy buenas noches.
Me encuentro en una posición compleja, estoy parado frente a ustedes dispuesto a hablarles, cuando mi experiencia es casi nula, me enfrento a voluntarios que llegan a superar mi edad en experiencia de servicio y es muy probable que no haya nada sobre los hechos que yo pueda decir y que ya no sepan, pero quizás esto no es tan malo, la falta de vivencias de ceremonias de esta categoría me abre la posibilidad de aportar un punto de vista nuevo, un poco más desde el exterior.
Sin ánimos de ofender, a veces pienso que los bomberos trivializan un poco las cosas, que llevan una rutina muy distinta a la mayoría de las personas y esto les afecta, he notado por conversaciones con voluntarios que las tragedias que vive la gente ya no le parecen tan terribles y es muy comprensible, pues han presenciado muchas, a veces su trabajo no les parece tan impresionante, pues llevan haciéndolo mucho tiempo e ignoran como esa salida rutinaria le aporta una seguridad enorme a le gente que confía en ellos. El abismo de diferencia que existe entre la autopercepción de los bomberos y la visión de éstos que tienen la gente del exterior, se evidencia cuando en diversas situaciones se combinan ambos mundos, cuando por ejemplo van nuestros conocidos a una ceremonia, cuando nos ven pasar lista a nuestros mártires, cuando ven una competencia, cuando presencian una emergencia y la combinación más profunda cuando una persona externa a la institución decide hace ingreso a los bomberos.
Tuve la oportunidad de vivir esta última situación hace poco, por lo que la recuerdo muy bien, y puedo decir que la mística que se tiene acá no se compara con ninguna otra.
Recuerdo hace poco más de un semestre, estar en mi primera clase de historia de la compañía y sentir la piel erizada luego de escuchar sobre la tragedia de madreselva, era para mí increíble y podía notar como mis compañeros estaban en igual situación, nos había afectado a todos, recuerdo también la cúspide de esta sensación, ver los uniformes de nuestros mártires en la sala de sesiones de la compañía fue el punto máximo, la presencia que tenían esos uniformes había calado en lo más profundo de nuestros huesos.
Más tarde ese mismo día salí de la bomba con destino a mi casa, aun con la historia dando vueltas en mi cabeza y cuando atravesaba la puerta de entrada, noté que esa piedra, esa misma que tantas veces había sido para mí invisible, en este preciso momento me resultaba imposible de ignorar, imponente, descansaba con su hacha de bronce y con los nombres de nuestros mártires grabados bajo el lema más potente que he escuchado hasta el día de hoy, un lema más imponente que el de cualquier otra compañía que haya visto: “la vida por la humanidad”.
Fue entonces, recién en mi primer día de acercamiento a la labor bomberil que ya daba vueltas en mi cabeza la duda, de si debía continuar o no, esta duda conllevaba una pregunta con magnitud y significado mucho mayor, “¿estaría yo dispuesto a dar la vida si fuese necesario?” y me preguntaba lo mismo sobre los más de 100 miembros que integran la compañía “¿estaban ellos también dispuestos?”.
Tiempo más tarde llegó a mí la respuesta, “¿dar la vida si fuese necesario?” No, nunca era necesario. Desde ahí es que comencé a entender el lema de una manera distinta, porque dar la vida no es solo morir, porque los voluntarios de la segunda compañía dan su vida, su tiempo y su disposición, porque se entregan en totalidad al servicio, y aunque algunos tengan que separarse de la labor, por distintos motivos, la verdad es que nadie decide entrar a la bomba, a esta bomba, a menos que quiera hacerlo para toda la vida.
Seguí avanzando en el proceso y los mártires seguían presentes, pasábamos lista a ellos, pasábamos por las dependencias que llevan sus nombres, leíamos los periódicos sobre ellos en la sala de descanso, pasamos por las fechas que conmemoraban sus muertes y solo crecía en nosotros como aspirantes la idea de que los mártires eran sagrados. ¿Cómo no iban a serlo? si perdieron su vida en servicio de la comunidad, si murieron representando los valores de la institución, si encarnan en su máxima expresión el significado de sacrificio.
Pero las historias de nuestros mártires, y en particular la de Luis Bernardín Orellana que nos reúne hoy, no se recuerdan solo como un ensalzamiento de la virtud de su acción, se recuerda con dolor, porque la compañía sufrió el día que murieron, sufrió a lo largo de la historia y hoy, a 56 años de la muerte de Luis, la historia de la compañía sigue determinando la identidad del grupo que integra esta bomba.
La reacción y la respuesta son características humanas que se reflejan en todas las dimensiones de la sociedad, y de la misma forma que fueron tragedias las que motivaron la fundación de una gran parte de los cuerpos de bomberos de Chile, el sufrimiento vivido por la segunda compañía del cuerpo de bomberos de Ñuñoa la lleva a superarse, a cuidarse, a prevenir, a tomar el máximo de precauciones para servir responsablemente y con alta calidad. Porque sufrir por sufrir, es un absurdo.
Porque, aclaremos algo, ser mártir no es un privilegio, y aunque son héroes, ellos también son víctimas. Así como sus familias y compañeros que vivieron en carne propia el dolor de la pérdida, los mártires de la segunda fueron víctimas de un destino desafortunado, ya que no fueron ellos los que eligieron morir.
El martirio solo trae dolor y nada más, pero si de ese dolor y de ese sufrimiento, como compañía logramos crear una bandera de lucha, un símbolo de unión que impactará de forma positiva en la labor que realizamos como equipo, nos ayuda a entender el dolor de las personas que atendemos y nos hace mejores bomberos, entonces puedo decir con convicción que estamos haciendo lo correcto.
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