La mañana del 8 de septiembre de 1973 quedaría marcado como uno de los momentos más tristes de nuestra Compañía. Un trágico accidente en nuestra sala de máquinas al asistir a una emergencia le quitaría la vida a nuestro Voluntario Sr.Jorge Dzazópulos Elgueta, siendo aplastado entre el carro Portaescalas y un pilar, falleciendo horas más tarde producto de sus graves lesiones. Como es tradición hoy 39 años más tarde, realizaremos un acto recordatorio a las 11 de la mañana en nuestro cuartel.
Ingresó a la Segunda Compañía el 4 de diciembre de 1972 después de haber rendido satisfactoriamente el curso de aspirantes, destacándose por su alto espíritu de cooperación, lo que lo llevó a ser elegido Prosecretario a los pocos meses.
Su carácter era siempre alegre y no le tenía miedo a la muerte ya que desde pequeño participaba en carrera de autos Gokart. Sin embargo, en varias ocasiones, al mirar la piedra de homenaje a los mártires exclamaba con un dejo de excitación: “Yo voy a estar ahí”.
Era un joven tranquilo, sin vicios y muy enamorado de su polola con la cual hacía una muy buena pareja. Pocos días antes de su muerte, se había incorporado a la Guardia Nocturna y una noche llegó muy contento con unas medias de lana que Marisol le había tejido para que no se le enfriaran los pies al concurrir a los Llamados. Una de estas medias quedó tirada en la Sala de Máquinas esa fatídica noche en que Jorge fue aprisionado por su destino, mudo testigo del dolor de los voluntarios, de sus padres y de su polola.
Falleció en un accidente en la sála de máquinas de la Segunda Compañía, que hoy lleva su nombre, cuando el carro era despachado a un aviso de incendio curiosamente en Av. Macul y Madreselvas, la misma dirección en la que 11 años antes un incendio se llevara la vida de tres de sus hermanos segundino
“En las dependencias de la Guardia Nocturna estábamos conversando dos Voluntarios. Eran como las 10 de la noche y nada hacía presagiar lo que ocurriría horas más tarde. Jorge ya se había acostado y yo había estado trabajando en la Ayudantía. Después de un rato de amena charla, me dispuse a ir a mi casa a comer y le dije: ‘Voy y vuelvo, quedas a cargo de la Compañía’. Mi casa estaba a sólo 5 cuadras del Cuartel por lo que no demoraba mucho en hacer este recorrido todas las noches. Cuando iba de regreso al Cuartel sentí el sonido de la sirena y apuré el paso. Al llegar observé las puertas abiertas de la Sala de Máquinas y en el medio de ella una media negra de lana que enseguida reconocí como la de Jorge y pensé: a uno que van a retar cuando llegue con los pies helados. Las horas siguientes fueron de un hondo pesar, las informaciones no eran alentadoras y la lenta espera de noticias afectaba mi mente y daba lugar a la recriminación. ¿Por qué lo habré dejado solo? Si yo no hubiera ido a comer esto no habría pasado. ¿Por qué se bajó del carro si esto lo habíamos conversado tantas veces? El reloj marcaba la 1:03 minutos cuando recibí la llamada que tanto esperábamos. Jorge estaba muerto. Su pulmón destrozado interrumpió su hálito de vida y su espíritu, libre ya de su prisión corporal, recorrió en un segundo la distancia desde la Posta hacia el Cuartel y se posó por última vez en la Guardia Nocturna, donde seis muchachos llorábamos en silencio, sin comprender aún, lo absurdo de su partida”
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